Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac….
Resuena
con escándalo en mis oídos, tic tac, tic tac, tic tac, sin tregua, sin final ni
freno, por lo menos para esta naturaleza, tal vez en otros ciclos
cósmicos el segundero no tenga razón de ser, ni funcione o exista, allá tan
lejos, o quizás tan cerca en dimensiones dónde el tiempo y su demoledor paso no
destruya lento la existencia misma, pero no es el caso, sus puntuales pulsos me
sentenciaron hace mucho y ahora me aproximan a mi inevitable destino..
En
este preciso instante, escucho su jadeo, la silla cruje con el temblor
del cuerpo, el sudor perla mi frente, los nervios punzan las yemas de mis
dedos, mis miembros antes rígidos, poco a poco se relajan ante lo inevitable,
enfrentar a la muerte y mirarla cara a cara es una fascinación por pocos
deseada.
El
inconfundible olor a orina me indica falta de control a los básicos comandos
físicos, ya no hay remedio posible, son muchos mis pecados, mucha maldad dentro
mi ser que con cada vez intenta ser redimida, el acero destella en la
penumbra al pasar frente a la ventana, trago saliva solo unos segundos me
separan del momento, del instante en el que mi alma se libere de dudas, del
miedo y pueda mirar de nuevo el rostro del creador.
Ya
está muy cerca, puedo mirar sus pupilas dilatadas, un alarido resuena en el
vacío espantando las ratas que furtivas, huyen dentro de las
paredes, pero no será por mucho tiempo, sabedoras de lo que sigue en esta
escena por ellas conocida, pronto volverán, le han tomado gusto a la
sangre tibia, a las vísceras frescas, a los despojos.
El
acero en la carne es una sensación aparte a todo lo demás, rebanada tras
rebanada el loco frenesí es imposible de contener, la sumisión de los tejidos
frente a la rigidez del metal, es tal como hacer el amor, el deleite que ofrece
la vista de los tejidos separados, los que sorprendidos derraman plasma
intentando cubrirse con pudor.
Ahí
va el acero, trasss, entra por el vientre, trasss ahora más arriba por el
cuello y de inmediato los estertores de muerte aturden mis sentidos, me pongo
lívido, la boca se me seca, con los ojos en blanco, alcanzo el éxtasis en el
festín de muerte, mis pensamientos son claros, mi ser se aquieta
completamente, libero mis recuerdos dolorosos, en ese instante
siento que cualquier cosa puede ser mía con solo tomarla, al mirar sus
pupilas que de tan dilatadas, puede verse la vida abandonando el cuerpo,
chorros de sangre bañan mi rostro y por ello completamente excitado, suelto el
cuchillo, pero con la otra, aferro mi pene el que en ese momento chorrea el
rostro desencajado de mi infantil fetiche, mientras que su alma, abandona con
rumbo a las dimensiones celestiales su desangrado cuerpo.
Bibián
Reyes Septiembre del 14.
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