Marzo asoma por la mañana con grises ojitos vidriosos
y su llanto le recrea en la mente
nostalgias por tiempos menos aciagos, la
primavera no llega y el pánico entre las masas por este inusual retraso es
equiparable al de una mujer que hijos no desea, las yuntas en los campos no
pueden barbechar con lodo, las aves se congelan en los troncos desnudos y los
brotes se ahogan bajo la pertinaz llovizna. Las febriles candidatas se niegan a
probarse el atuendo para el desfile del día veintiuno, mientras los empleados
de las tiendas no saben si rematar o subir de precios la ropa de la temporada
de un invierno que parece interminable.
Cada día es un reto ponerse en pie y ajustar su
realidad a la realidad del mundo que parece ocurrir sin tomarlo en cuenta para
nada, o mejor dicho tomarlo en cuenta para nada importante. Repasa las cosas
una a una y se pregunta cual de todas ellas es lo suficientemente notable como para salir de las cobijas y meterse a la
regadera, los minutos entre cuarto a las nueve y nueve y diez siempre le miran
ahí tirado, y siempre echan a correr para presionarle a ponerse en pie, busca
algo de donde asirse pues el aire de tan transparente no ofrece alguna
saliente.
Entonces viene el recuerdo de esa luz a su memoria, y las pupilas que lanzan fuera
de si el destello, y sus ojos brujos sin dejar de mirar, la gran sonrisa que
forman sus deliciosos labios, su pelo enredado al viento le define como la
personificación de todos sus sueños, se desenmaraña de si mismo y se apresura a
hacer real este recurso de su mente. Se alejan entonces todos los pesares y con
ellos ya brilla un sol dentro, la fuerza que es posible juntar es suficiente
para iniciar la jornada, ocho minutos de agua tibia son suficientes y una taza
de café después esta listo para salir a la calle que luce plagada de autómatas.
En la combi las conversaciones son tan deprimentes
como deplorables, las mentes apenas articulan discursos gastados de
cotidianidad intrascendente y bajísima formación e información, la mediocridad
es el común denominador a la operación matemática que a todos resuelve,
arrojando múltiplos del mismo resultado, si mas o menos ambiciosos, si mas o
menos provistos de medios de vida, todos van llenos de vacíos que en la
experiencia tridimensional no llenaran.
Va como todos
a la jornada, agradece a Ray Bradbury su fabuloso Fahrenheit 451, que convierte la maloliente camioneta de ruta en
una máquina del tiempo que le permite mirar a los ojos a Montag justo cuando
llega de su propia rutina a no ser feliz con la indiferencia de MIldred. Se mira
en ese espejo mientras su mente acaricia
una idea largamente deseada: Dejarlo todo y huir, huir de la rutina, de la
mediocridad, ser por fin él mismo y no quién los demás esperan que sea, dicen también que
nunca es tarde para ello, en la auto crítica sabe que ha puesto lo mejor de si
en cumplir cabalmente sus responsabilidades y no desea salir a vivir cuando no
sea mas que un viejo lleno de dolencias e indiferente a todos.
Las tormentas de su propio verano se alejan dejándole
en el olfato fresco aroma a piel de hembra mojada, ahora mas sereno y maduro, espera
recorrer el mundo en búsqueda de su santo grial, aquella que le permita ser y
hacer , ser uno y no dos juntos.
Llega a la oficina y en el espejo que la puerta del
cristal crea, se observa y en pleno marzo las canas mojadas por la terca lluvia,
le matizan en las sienes suaves meandros
de otoño.
Bibián Reyes
Marzo del 2015
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