Puertas siempre abiertas de par en par engullen a quien se atreve a
danzar desde la calle al interior, con pasitos tan improvisados que parecen
ensayados, uno al frente dos atrás, dos al frente uno atrás, a pesar de la
lluvia que caiga pertinaz o el sol a plomo, algunos lucen dudosos,
otros se ven angustiados, una vez dentro mil maravillas del ayer ahuyentan sus
interrogantes al estirar las manos para una vez elegidos ser vueltos a la
cotidianidad del marchante.
EL viejo anticuario soba sus
artríticas manos, se acomoda los anteojos unidos con cinta por el centro y las lentes estrelladas, codicioso de valores y
moneda de curso legal, se levanta vacilante de un sillón sumido, que ha calcado
su cada día más enjuta anatomía, la avaricia asoma por las comisuras de sus
labios pastosos mientras intenta una sonrisa hipócrita, en el escrutinio rápido
cree deducir las necesidades de la clientela, la que asombrada con tantos objetos disimiles observa
los atiborrados estantes, cuando por fin
alguien rescata polvoroso objeto, este se apresura a sacudirlo y destacar las
cualidades del mismo:
¡Ah magnifica elección!, ¡un
buen tarro para beber en él la rutina que
adormece el alma y mata los sueños!
Mmm esta litografía de Joan
Miró es ideal para decorar la salita de estar, ¡puede apreciarla sin parar
mientras es usted ignorado por su familia!
Yacen bajo el mostrador
bajo una luz intensa botones chapeados
en oro y plata, desprendidos de las mangas de chaquetas y abrigos en feroces
abrazos de despedida, o apasionados encuentros por los callejones, mesitas para
té ofrecen mil historias intimas de matronas abnegadas, cuchillos de todos tamaños
y formas susurran recetas de cocina ya
olvidadas.
Viejos discos de vinil, otorgan
un espectáculo verdaderamente triste, con las portadas descoloridas de sol y
humedad, lucen fotografías de viejos artistas que son hace tiempo humus de
industriosas lombrices, apilados unos a otros mueren por girar y girar treinta
y tres veces por minuto reviviendo recuerdos adheridos a sus acordes y
melodías.
Porcelana voyeur ya no se excita
como antaño, al ser muda testigo de los secretos de las aburridas aristócratas,
que solazaron muchas tardes de adolescencia en relaciones homosexuales y
felaciones improvisadas por las salitas de
sus caserones, ahora palidecen en las
repisas y cuando alguien con curiosidad las toma, hacen hasta lo imposible por
estallar en el piso y tener la experiencia lúdica con la escoba y el recogedor.
Piezas de loza fina que muy relucientes
llegaron desde Europa a adornar rancias vitrinas, fueron continentes de crema o pasta
en banquetes y comelitones especiales de gran alcurnia, ahora salen envueltas
en papel periódico resignadas a una nueva vida llena de modestia, pues en la
fonda sudaran a mares con la grasa de cerdo y ofrecerán frijoles de olla dos tres y cuatro veces por
día, ya por las noches estrellarán sus
dorados contornos entre si en las tinas, nadando en detergente barato.
Viejas lámparas de petróleo y
gas, son ahora objetos de colección, adornos de lata y latón son atractivo por
su diseño a mano, viejas y pesadas planchas para calentar con carbón, custodian
libros, y muchos mas libros atiborran mesas y estantes, unos bien empastados,
los menos, y los mas que carcomidos por polillas preservan el olor sagrado a
papel y tiempo, a lectura y reflexión, de cuando en cuando ruedan descuadernándose
cada que algún curioso hurga buscando novela de aventura o alguna dama desea páginas
llenas de historias con ensueños y besos apretados.
Relojes de pared y pedestal ya
muy fatigados, decidieron un día dejar de cumplir con su tarea, y conforme un
nuevo viejo reloj ingresa al inventario de la tienda le convencen que deje de
trabajar, que el mundo no se detendrá si lo hace, como les hicieron entender
al ser ensamblados.
Joyería de todo tipo ocupa
los lugares más destacados del bazar, aunque ignoran que su naturaleza y el estar
ahí son síntomas inequívocos de la rueda fortuna que es la vida, mas tarde vendrá
un enamorado buscando con afán un anillo de compromiso para el que ha
ahorrado bastante tiempo, con la ilusión de un futuro feliz y tal vez en mucho menos, venga él mismo a
venderlo para sufragar gastos de un presente no tan ideal después de todo.
Un viejo piano destensa cada
día más sus cuerdas, convencido que vio sus mejores días en las tertulias de su
querida original dueña, la que desde muy niña aprendió a tocarlo con pasión y
alegría, de cada tecla cada nota que emitió resultado de su tacto, este se esmeró por que fuera tan prístina como el
cielo estrellado, juntos por mas de siete décadas subieron y bajaron por tonos
y escalas, y mientras ella perdía movilidad en las manos, él desafinaba un poco
mas, pero poco les importo eso, fueron felices juntos, ella no necesito nunca mas
a un amante que sus partituras y él nunca mas a los finos
aceites con los que era limpiado, que a su suave tacto.
Cuando ella se fue, el
decidió cada día juntar toda su energía y tocar aunque fuera una nota cada
noche justo a la hora que juntos compartían, en su honor y amado recuerdo, cosa
que ninguno de sus familiares estimó ya que aterrorizados llevaron el piano endemoniado
al primer anticuario que encontraron.
Fotos, estampillas,
almanaques, todos preguntándose lo mismo, ¿Y ahora, que sigue?
Exasperado el viejo mira a
la calle, es tarde y tal vez no venga nadie más, ganas tiene de cerrar desde hace un rato, pero no se atreve
a molestar al tipo que lleva ahí ya bastante y menos a despedirlo, mantiene la esperanza
de que pueda comprarle algo, mientras tanto, este se hace el desentendido y sigue escuchando de
cada objeto su historia, y de ellas el sentido de la vida misma, en silencio atento
atiende los relatos y las emociones que de ellas obtiene, tras largo rato
escuchando con asombro, una vieja pluma de tinta china en su estuche flanqueada
por brillantes plumillas le guiña un ojo
desde el mostrador, y sin pensarlo más le lanza al casi derrotado viejo usurero
la frase que deseaba escuchar desde hace ya un buen rato:
¿Cuanto vale esa magnífica
pluma?
Bibián Reyes
Marzo del 2015
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