miércoles, 27 de febrero de 2019

BREVÍSIMO ATISBO A LA MEMORIA






Los mecanismos de la memoria al menos para mi son realmente e indescifrables, el cómo y el por qué de la repentina llegada de un recuerdo oculto en algún pliegue de la masa encefálica me causa curiosidad que no puedo satisfacer, el caso es que así de la nada recordé el día en que de muy pequeño me tiraba al suelo fresco de tierra del patio trasero y con los ojos cerrados girar la cabeza de derecha a izquierda de frente y en contra de los rayos del sol, mis párpados que iban del negro a un naranja encendido me dieron la idea de la gran potencia de la energía luminosa.

Por las noches bajo ese cielo estralladísimo de provincia, la avenida vía láctea se enseñoreaba de la media bóveda celeste, por ahí entre estrella y estrella algún foco rebelde pasaba entre los demás sin que nunca superamos con certeza que era, tuvimos oportunidad de compararlo con algún avión pero no era el caso ,este brillo era otra cosa y pasaba muy, muy alto; también a la distancia y al pie de los cerros que delimitaban el plácido valle, fuegos fatuos subían y bajaban en trayectorias definidas pero con desempeño errático, son brujas decían mis primas sin mostrar angustia o sobresalto.

Por las tardes la abuela Cleófas nos visitaba, llegaba bordón en mano para no tropezar con las tantas piedras de nuestra colonia rural sin pavimento por aquellas épocas, con el sol que se ponía alargando sus pinceladas en tonos rojizos, atentos disfrutábamos de sus innumerables historias de infancia, una que me gustaba era esa tan extraña que narraba con harto detalle, cuando ella y su hermanito Silviano, que en realidad era su primo, conducían las borregas del bisabuelo a beber al jaguey, justo de donde una diminuta mujercita bailaba sobre una piedra, perfectamente vestida de china poblana, taconeaba las lustrosas zapatillas mostrandoles objetos brillosos e invitándoles a acudir a dónde ella, sobre la gran roca que al llegar la época seca se iba haciendo cada día mas presente en el centro del cuerpo de agua.

No fueron pocas ocasiones que fuimos a caminar en el cercano bosque en búsqueda de hongos que con las persistentes lloviznas salían a montones, levantando sobre sí pasto y tierra,los mas comunes eran blancos de los pliegues dentro de la “sombrilla” y tallo, pero de un rojo intenso en la parte de arriba, llenábamos con ellos hasta tres o cuatro cubetas, lo curioso es que los vecinos de esos lugares nos advertían que no eran comestibles si no venenosos, pero mi papá que había pasado parte de su infancia allá por Villa del Carbón, decía molesto: “están locos” ¡son hongos de madroño!
llegábamos a casa a prepararlos con ajo y sal, ¡Santo dios! ¡Que taquizas armábamos con ellos y la salsa de molcajete!

Cuando los largos veranos sin clases nos conducían en bicicleta a recorrer las orillas del casi extinto rio eran grandes aventuras descubriendo salamandras y ranas, seguir los canales de riego hasta donde los viejos árboles de capulín nos retaban a bajar los mas negros que por lo general estaban en lo alto, pero cuidado, comer muchos así todos asoleados como los cortábamos de las ramas, producían dolor de barriga por empacho, yo prefería cortar muchos duraznos, igual encontrábamos muchos “chilitos” así les llamábamos a dulces e idénticas frutas que daban las bisnagas.

También eran divertidos los veranos en la Ciudad de México, allá íbamos en el bochito amarillo, ¡ay cuanto te quería canijo bocho! En el aprendí a arrancar un auto y conducir en primera en veredas con mi papá sudando y regañándome por todo; llegábamos por el lado de Texcoco hasta la Avenida Zaragoza llena en ese entonces de semáforos, no existían los puentes elevados de ahora, nomas era poner pié en el viejo callejón para iniciar dos largos meses de futbol por las tardes y mañanas frente a la televisión, eran imperdibles los maratones de caricaturas que allá en provincia no podíamos ver por que la transmisión no era satelital como hoy, de hecho la televisión los primeros cinco o seis años de que nos mudamos de la ciudad, ni la usamos, los pocos canales del giratorio selector transmitían la misma deprimente estática.

Era fácil ser niño ahora que lo pienso, a pesar de lo difícil que fue para nosotros el drástico cambio de la ciudad al campo,mi hermano y yo teníamos que imaginar las historias de nuestros héroes infantiles, él se la pasaba llenando cuadernos de dibujos con el hombre verde saltando como pulga de página en página ganando batallas imposibles a Galactus o al temido doctor Doom con la ayuda de la Mole, hasta que nos hizo muy felices un vendedor de revistas que semana a semana pasaba por nuestra calle y mi mamá nos compraba el Sorprendente Hombre Araña, La familia Burrón y la revista Geomundo, seguro estoy que los leíamos dos o tres veces diario hasta que volvía a pasar el sábado siguiente, sin embargo mi hermano nunca dejó el dibujo, gracias a la necesidad por narrarse las ausentes historias, desarrolló el gran artista que es ahora.

Siempre teníamos barro o polvo en los zapatos, era algo imposible llegar a la secundaria con los zapatos limpios, qué regañadas me daba el prefecto; ahora que recuerdo, pinche Michael Jackson que friega les puso a los vendedores de calcetines de color, pobre del compañero que no llevara el pantalón chincolo y el calcetín blanco, era causante de muchísima lástima aunque eso no dependiera realmente de él, había mamás que no entendían nuestra tonta moda y mucho menos la auspiciaban, otras menos severas les compraban en afán de complacerlos ¡calcetas! Era de risa verlos con el zapato gordo deformado y el amontonamiento del tubo de éstas en los tobillos cuando se les aflojaban los resortes.

Agradezco hoy al ejercicio de la memoria que me permite mientras escribo recrear los colores de la casa materna, y el sonido de los aguaceros de mayo y julio, el brillo de las pupilas de los primeros amores, y el llanto que esas ausencias dejaron tras su partida, justo como poner a girar un disco y saberte de memoria todas las canciones y hasta donde se debe cantar mas fuerte para enmascarar los chasquidos y scratches de la aguja del fonocaptor rozando por enésima vez el viejo surco de vinil.

Bibián Reyes
febrero del 19
Benito Juárez, Quintana Roo


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