Uno como la mayoría se aparece por las noches,
o es cuando más se nota su presencia, al parecer siempre está ahí al acecho de presentarse
bajo cualquier pretexto, aunque no se sienta viento helado ni crujan puertas o
se cimbren vidrios, menos se ericen vellos.
El otro por
las mañanas se pasea como si nada, hace como que tiene una vida, va al trabajo,
lava un plato, zurce calcetines o recalienta café aguado.
Por las
noches el primero se introduce en los sueños del otro, y aunque el que duerme
sabe que es un sueño, uno, dos, tres, cuatro segundos que le toma saberlo, le
bastan para ser feliz, tanto que vivir (o creer que está vivo) vale esos cuatro
segundos.
Y es que el
momento más incómodo del día es el
relevo, somnoliento y feliz por el onírico encuentro, el fantasma diurno se
queda con los ojos cerrados corriendo una y otra vez su pequeño loop, otras
tantas el llanto le viene cuando el sol lo llama a existir en un plano distinto,
un sueño dentro de otro, es difícil decidir cuál es menos real y más penoso el
no poder decidir en cual quedarse.
Los días pasan,
las noches vuelan, pero siempre es lo mismo, tan intangibles como clandestinos,
comparten rincones, techos y umbrales, descarnados danzan sin tocarse nunca más,
sin ojos en las oscuras cuencas, sin almas en los astrales cuerpos y sin te
amos, los verdaderos o los fingidos; son las polillas triste comparsa a sus
furtivos encuentros, película muda en blanco y negro, en gris y negro, en negro
y negro.
Somos ahora
solo dos pobres fantasmas, el tuyo que me atormenta siempre en las cálidas y
desoladas noches, y el mío que aparenta vivir, deambulando perdido, entre un
sinfín de rostros extraños.
HBRV
Ciudad de
Cancún
Agosto del
18.
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