miércoles, 15 de agosto de 2018

LA ESENCIA DE TODAS LAS COSAS


LA ESENCIA DE TODAS LAS COSAS



Desde que recuerdo y tuve valor para hacerlo, comencé preguntando a la gente en la calle.

¡Un poco de plástico! coincidieron dos o tres, esos, los de voraz consumo, es indispensable hoy en día. -Hombre, no imagino en la actualidad algo sin una pequeña pieza de plástico-dijo uno plenamente convencido.

-Hasta la pasta dental jovencito, he leído en el empaque que trae micro partículas de plástico, ¡que locura! Dijo otra categórica, agitando la bolsa de sus compras.

Hierro y no otra cosa, me respondió sin dejar de andar un tipo sucio con actitud algo hosca, nada sin hierro puede estar en pié, profundizó reflexionando un poco.

Algo de fe hijo, me dijo una vez la abuela, una de esas lejanas tardes que nos sentábamos a escucharla  narrar sus historias con voz pausada.

¿Pero de dónde saca un niño esa clase de preguntas?

Honestamente no lo recuerdo, tal vez llegó a mi mente luego de ver en televisión uno de esos concursos de ciencia donde preguntaban de todo, o montado en un juego de feria girando mareado.

Una tarde con algo de ingenuidad se lo pregunte a mi papá, luego de mirarme unos instantes me respondió: Pinche enano, ¿Que pregunta es esa? Y se alejó algo inquieto.

Así como Einstein buscaba con tanta dedicación su teoría del campo unificado, así yo estaba empeñado en encontrar algún día eso que coincidiera con todas las cosas, cualesquiera que fuera ese ingrediente o compuesto, ya fuera visible o intangible, lo que diese sazón a la comida, color al cielo, fulgor al sol, risa al infante, brillo a los ojos o velocidad al viento.

En algún momento luego de leer un libro de dioses antiguos venidos del espacio, casi convencido estaba que era algo proveniente del mismo, de inmediato me puse a ahorrar para comprar el mejor telescopio que me fuera posible y darme a la tarea de espiar al cielo; -jajaja daré contigo- decía exaltado camino de regreso a casa luego de vencer en regate (eso me hizo creer) al viejo usurero del bazar en el centro.

En pocos días pude conocer todos los colores de prendas íntimas que poseía la cuarentona del edifico a cuadra y media,  realicé una que otra observación a la luna, y  logré examinar a detalle las azoteas circundantes a mi casa, pero no pude sacar más conclusiones, solo que vivía en un barrio muy animado por las noches.

Lo demandante de los estudios me alejó de nuevo de mi poco congruente teorema.

Un alocado día de verano casi me pareció dar con la escurridiza respuesta, entre carne, sudor y fuego en ese gran crisol de éxtasis, la respuesta me quedó en la punta de la lengua, evaporándose en el último jadeo.

Luego la edad, trabajo, responsabilidades y pretextos me alejaron de imaginar donde podría estar la respuesta a mi incongruente- tal vez- prerrogativa.

Una noche hace no mucho, torturado por los delirios de una fiebre que me hundía en un pozo que parecía interminable, me condujo finalmente a un sitio donde entablé intensa conversación con la cara impresa en una moneda gigante, la que me susurró casi en secreto la respuesta largo anhelada, desperté entre gritos delirantes de júbilo, ¡me lo dijo! ¡Me lo dijo! Solo que al despertar olvidé el mensaje.

Ahora bien, le diré a usted algo, si las viejas solteronas discuten añejas insatisfacciones con sus gatos, otros tantos intercambian paz  por atomizadas frases de cariño con sus plantas, por qué carajo, si señor y no me diga que me calme y me recueste de nuevo, por qué diablos que ahora converso  todo el tiempo que me es posible con pesos, tostones o cualquier moneda fuera de circulación, es motivo de agobio por parte de mi familia, y eso de traerme por la fuerza a terapia, ¡ah si la fiebre no me hubiera dejado tan débil! ¡Créame señor que no me mueven de mi cama ni un puto centímetro!

Bibián Reyes
Agosto del 2018.

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