LA ESENCIA DE
TODAS LAS COSAS
Desde que recuerdo
y tuve valor para hacerlo, comencé preguntando a la gente en la calle.
¡Un poco de
plástico! coincidieron dos o tres, esos, los de voraz consumo, es indispensable
hoy en día. -Hombre, no imagino en la actualidad algo sin una pequeña pieza de
plástico-dijo uno plenamente convencido.
-Hasta la pasta
dental jovencito, he leído en el empaque que trae micro partículas de plástico,
¡que locura! Dijo otra categórica, agitando la bolsa de sus compras.
Hierro y no otra
cosa, me respondió sin dejar de andar un tipo sucio con actitud algo hosca,
nada sin hierro puede estar en pié, profundizó reflexionando un poco.
Algo de fe hijo, me
dijo una vez la abuela, una de esas lejanas tardes que nos sentábamos a
escucharla narrar sus historias con voz
pausada.
¿Pero de dónde saca
un niño esa clase de preguntas?
Honestamente no lo
recuerdo, tal vez llegó a mi mente luego de ver en televisión uno de esos
concursos de ciencia donde preguntaban de todo, o montado en un juego de feria
girando mareado.
Una tarde con algo
de ingenuidad se lo pregunte a mi papá, luego de mirarme unos instantes me
respondió: Pinche enano, ¿Que pregunta es esa? Y se alejó algo inquieto.
Así como Einstein
buscaba con tanta dedicación su teoría del campo unificado, así yo estaba
empeñado en encontrar algún día eso que coincidiera con todas las cosas, cualesquiera
que fuera ese ingrediente o compuesto, ya fuera visible o intangible, lo que
diese sazón a la comida, color al cielo, fulgor al sol, risa al infante, brillo
a los ojos o velocidad al viento.
En algún momento
luego de leer un libro de dioses antiguos venidos del espacio, casi convencido
estaba que era algo proveniente del mismo, de inmediato me puse a ahorrar para
comprar el mejor telescopio que me fuera posible y darme a la tarea de espiar
al cielo; -jajaja daré contigo- decía exaltado camino de regreso a casa luego
de vencer en regate (eso me hizo creer) al viejo usurero del bazar en el
centro.
En pocos días pude
conocer todos los colores de prendas íntimas que poseía la cuarentona del
edifico a cuadra y media, realicé una
que otra observación a la luna, y logré examinar
a detalle las azoteas circundantes a mi casa, pero no pude sacar más
conclusiones, solo que vivía en un barrio muy animado por las noches.
Lo demandante de
los estudios me alejó de nuevo de mi poco congruente teorema.
Un alocado día de
verano casi me pareció dar con la escurridiza respuesta, entre carne, sudor y
fuego en ese gran crisol de éxtasis, la respuesta me quedó en la punta de la
lengua, evaporándose en el último jadeo.
Luego la edad,
trabajo, responsabilidades y pretextos me alejaron de imaginar donde podría
estar la respuesta a mi incongruente- tal vez- prerrogativa.
Una noche hace no
mucho, torturado por los delirios de una fiebre que me hundía en un pozo que
parecía interminable, me condujo finalmente a un sitio donde entablé intensa
conversación con la cara impresa en una moneda gigante, la que me susurró casi
en secreto la respuesta largo anhelada, desperté entre gritos delirantes de
júbilo, ¡me lo dijo! ¡Me lo dijo! Solo que al despertar olvidé el mensaje.
Ahora bien, le diré
a usted algo, si las viejas solteronas discuten añejas insatisfacciones con sus
gatos, otros tantos intercambian paz por
atomizadas frases de cariño con sus plantas, por qué carajo, si señor y no me
diga que me calme y me recueste de nuevo, por qué diablos que ahora converso todo el tiempo que me es posible con pesos,
tostones o cualquier moneda fuera de circulación, es motivo de agobio por parte
de mi familia, y eso de traerme por la fuerza a terapia, ¡ah si la fiebre no me
hubiera dejado tan débil! ¡Créame señor que no me mueven de mi cama ni un puto
centímetro!
Bibián Reyes
Agosto del 2018.
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