Largas
son las noches para quién persigue un ensueño, cortas las horas del descanso, extraordinarios
los momentos en que nuestras dermis conviven en cobijo mutuo, al margen del día
a la orilla del mundo, susurrando al silencio los sueños que cual verdes brotes
de primavera crecen entre nuestros cuerpos enredados, imagino a veces que si permaneciéramos
así indefinidamente, un nuevo génesis se abriría paso en este desgarrado
universo, el soplo de tu aliento es brisa que entibia el éter que circunda mi
aura, tal vez pasaron mil años tal vez dos segundos, aquí el tiempo pierde
señorío, o bien huye intolerante al sentimiento fuera de su aniquilante paso.
Y cuando tus ojos al parpadeo agitan la superficie de las insondables aguas de mi alma, todas las entidades que su dimensión acoge, suben a la superficie, ávidas de alimento, unas por el polvo plancton que de tus pestañas cae, otras por los cardúmenes que se arremolinan tras él.
Es
que la magia, esa que desprende tu ser al andar por ahí, viaja en alas de tus
pensamientos hasta estrellarse en mi pecho dónde derraman colores indelebles de
tinta mágica invisible.
Es
que tu risa, esa que te provoco hasta el llanto, esa de felicidad te llena la
boca de “te amos”.
Es
que tu sonrisa que no mía si no tuya, me muerde la cabeza cuando asoma por tu
boca.
Es
que tu boca que dulces al besarme tira, y como un infante con el brillo en el
ojo, acuno mi camisa con pliegues para contenerlos y así usarlos a todas horas
del día.
Hembra,
mujer, felina, ronronea a mi oído sublimes placeres, y tal cual derrámame sin
tregua para beberme en tus labios.
Son
mis manos el regocijo de tus ansias, es mi tacto el que te desnuda el alma y
con un enjambre tras el ombligo, arropo entre mis brazos tu esencia para soñar
con la ambrosía de un forever.
Bibián
Reyes enero del 2016.
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