miércoles, 2 de marzo de 2016

FABIÁN ENTRE NUBES DE ALGODÓN







La primavera de la vida despertó a Fabián una mañana con los calzones mojados por el frente y mucho sudor en el cuerpo, soñó no recuerda exactamente qué, pero tiene alguna idea de ello, de pie frente a la ventana que ya se pinta con los maravillosos colores del alba, revisa con bochorno la mancha  de líquido amarillo que se reseca con rapidez, va al baño y mientras se ducha lava sus calzoncillos, vergüenza que así los vea su madre, piensa, a los quince uno no es un niño, menos un hombre, mas bien un montón de cosas nuevas, el espejo no le da espacio a dudas, con esos pómulos desmesurados seguramente entre sus antepasados hubo un hombre del Neanderthal, pues es a lo que más se parece ahora.

Los idus de marzo susurraron a su oído ideas que le condujeron a pensamientos nunca experimentados, neuronas nunca usadas se estiraron con pereza creando nuevas conexiones sinópticas, y las hormonas que corrían desbocadas por su torrente sanguíneo, le producían emocionantes sensaciones, sobre todo cuando Regina, a la hora del receso en secundaria, pasaba frente a él sin prisa del brazo de alguna otra chica, zapatos bajitos de doble correa bien boleaditos, calcetas blancas hasta arriba de la pantorrilla, el jersey hasta la rodilla como indica el reglamento, pero lo que no se podía prever en este era lo ajustado, que aunado a lo redondo de sus nalgas, causaban que se le endureciera el “pájaro” cual si con el único ojo que posee éste, hubiera mirado a los ojos de la Gorgona.

Las vacaciones de semana santa de ese año nunca podrá olvidarlas, acostumbrado como estaba a seguir la procesión del via crucis, más por que iba con su familia que por ganas, caminaba enojado de andarse persignando en cada estación que la liturgia marcaba, las cadenas de papel de china morado se arrancaban antes que los fieles pasaran, el viento a veces también traía nubes y con ellas algún chubasco de medio día que servía para la teatralidad de la climática celebración.

En esas andaba cuando entre la familia de uno de sus amigos la miró, entonces su vida nunca volvió a ser la misma, la paz que la inocencia pastorea apacible, murió entre los batidos de sus pestañas largas destacadas con rímel, las que con esa sonrisa cómplice, lo dejaron tal como cuando de un balonazo le sacaban el aire.
Otro día coincidieron en una reunión juvenil, luego de caminar juntos, le preguntó su nombre, de dónde era y una que otra simpleza, aparecieron las sonrisas nerviosas de los dos y la boca seca al hablar, luego el insomnio por la noche pensando en ella, ¿cómo podía existir alguien tan hermosa en el mundo?

Otra tarde se vieron para despedirse pues ella vivía en otra ciudad, luego de comprar dulces en una tienda y caminar un rato se le terminaron las palabras, solo deseaba mirarla y que ella lo mirara, para con ello su sonrisa lo condujera al cielo y volar alto, mirar tras grandes nubes de algodón rosa el mundo, su imagen en ese vestido color durazno y una cinta del mismo color recogiendo su pelo, imprentaron indelebles en su memoria episódica, igual que sus palabras al despedirse, “devuélveme mi cinta, ladrón…”

Hizo de esta entonces su fetiche, la acariciaba apreciando la suavidad de la tela, se envolvía las manos, el cuello, dormía con ella bajo la almohada, el perfume se fue disolviendo, pero nunca olvidó este aroma, solo esperaba que pronto, quizá volviera.

Luego ya en verano, vinieron las vacaciones, los casi dos meses que antes había entre grado y grado, alcanzaban para muchas cosas, tardes completas de andar en bici, horas y horas jugando fut en los llanos, escuchar música en el tocadiscos e imaginar ser un Dj y tocar en una fiesta.

No pasó mucho cuando lo invitaron a una reunión con la familia de la niña añorada, ¿vendrá? No tardó mucho en averiguarlo, inesperadamente la encontró por ahí una mañana, por primera vez en la vida le preocupó andar todo sudado y mugroso, apenas tuvo tiempo de saludarla, preguntarle si estaría en la fiesta, y echar a correr, loco de emoción para su casa.

Llegar al fin de semana fue mucho mas largo de lo cotidiano, preparar la ropa que se iba a poner también, durante el tiempo transcurrido en que no pudo verla, resolvió que otra cosa quería decirle, o mejor dicho cuestionarle.

La moda de los locos ochentas le imponía unos zapatos mocasines de tacón bajo y horma ancha puestos sin calcetines, un pantalón verde bombacho enrollado sobre los tobillos y una camisa larga de atrás y corta por el frente, copete pero en los lados el cabello pegadísimo con gel, mucho desodorante y mucha pasta de dientes, mucha alegría, muchos nervios, mucha emoción, camino a la fiesta repasaba las frases y la pregunta.

Dos cuadras dar la vuelta, llegar al domicilio, la música sonando dentro, verla en la puerta, así toda hermosa pero sin sonrisa, más bien nerviosa, Fabián muy decidido y con el speech preparado,  tonto novato se lanzó de lleno al tema:

Adriana, me gustas mucho, estoy enamorado de ti, desde la vez que te vi te quise, oye ¿quieres ser mi novia?

La respuesta se la dio un tempano de hielo:
No puedo, tengo novio, mira ahí viene…

Entonces el tipo más común que podía recordar apareció: prieto, simple y con sombrero, montado en un caballo más que corriente.

Fabián no pudo decir más, dio la vuelta, la cara le ardía de vergüenza, no recuerda como llegó a su casa, ni como pasó la noche, la imagen junto a la respuesta se le quedó atragantada en el cuerpo de la memoria por siempre.

Bibián Reyes
Marzo del 16.

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