Tesalónica
Estamos lejos,
muy lejos de casa, tanto que la palabra casa ha perdido su significado ya, casi
nadie recuerda como suena el viento en el brezal, como silba entre el
follaje de los robles, ni la bruma eterna subir y fundirse en los bosques
bávaros, ni el fuego del hogar, ni el perol donde borbotean nabos y patatas, tampoco el perro echado lamiéndo sus partes saboreándose con el aroma.
Hago un
gran esfuerzo, no recuerdo el rostro de
mis tres hijos menores, de mi primogénito solo su apiñonada tez y su rubio
cabello, de la mujer casi olvido el aroma ácido de sus axilas, y del sexo solo
recuerdo una gran hoguera ardiente.
Aquí en el bisancio poco tiempo hay para
remembranzas, la espada cuando no es de guerra es de trabajo tan duro como la
batalla. El viento del mediterráneo menos húmedo que el del mar del norte es
favorable a la salud, los padecimientos de la angina y del vientre no se
conocen, las vides proveen buen vino, los olivos buen fruto que son placenteros al cuerpo. Pero no venimos a eso si no a expulsar sarracenos e infieles, por la gracia del único señor del mundo, el
misericordioso Jesucristo, venimos desde muy lejos a recuperar sus
lugares santos, plagados de impíos e impuros, demonios encarnados de
tez mortecina que cercenan cabezas sin piedad de hombres, mujeres y niños que
tienen el infortunio de estar a su paso, nosotros por el buen nombre del Dios
verdadero, venimos a derramar su sangre y la nuestra en la labor divina,
ordenada por su santidad el papa quien desde el trono que iniciara el mismo san Pedro, prodiga de luces al mundo.
En la
mismísima catedral de santa Sofía llenos del espíritu santo, hicimos nuestros
sagrados votos de armas, despues de escuchar santa misa con gran constricción, una a una fueron bendecidas las lanzas, las picas, los
yelmos, los cuchillos, las espadas y los cascos.
¡Que el padre en las alturas nos provea de gran poder y con su gracia destruir a sus enemigos, expulsarlos a los confines del mundo allá en la parte de la tierra donde bestias y hombres se aparean entre sí, dando lugar a inconcebibles criaturas de las que estos moros son cimiente!
¡Que el padre en las alturas nos provea de gran poder y con su gracia destruir a sus enemigos, expulsarlos a los confines del mundo allá en la parte de la tierra donde bestias y hombres se aparean entre sí, dando lugar a inconcebibles criaturas de las que estos moros son cimiente!
El mundo
es otro desde aquí, lugar en el que convergen todas
las razas, oriente y occidente chocan entre sí en estos parajes, prestos estamos
a restablecer el orden divino, que los infieles sean destruidos, que los devotos sean guarecidos
bajo el filo de nuestras armas
.
.
Ya
divisamos al enemigo formando un gran
complejo, ya escuchamos sus infernales gritos de guerra, ya resuenan sus demoníacos cuernos de carga, chispean los reflejos del sol en sus cimitarras, ondean de su rey los pendones y de Mahoma su falso profeta evocan sus palabras.
Nosotros en
perfecta formación de guerra esperamos, nuestra noble montura cansada aguarda el talón en su costado, señal de carga a
campo abierto, el astro nos favorece pues se pone a nuestras espaldas, puedo verlo ya reflejarse
en las pupilas sarracenas.
Me
encomiendo a San Bonifacio y al misericordioso Dios en los cielos, arremeto
contra la turba del averno, mis viejos huesos tiene fuerzas para mi sagrada
misión, ya cae mi espada con todo su peso, parto en dos un cráneo luego cerceno
una cabeza, un dardo me atraviesa el hombro, un rugido escapa a mi pecho y me
protejo con el escudo, tres saetas más que eran para mi humanidad se hacen añicos
en el laminado acero florentino, por la
rendija del casco observo una columna de arqueros dispuestos a tirar nuestra
línea de ataque de la que soy parte siempre, a mi lado un bardo pelirrojo con
la barba hasta el pecho estrangula un moro con cada mano, mientras tres más lo
apuñalan por la espalda el cuello y el vientre, donde el yelmo les permite
clavar sus dagas, con los ojos inyectados de muerte, arroja a los estrangulados
y sin prisa desnuca a sus verdugos, juntos los cinco y el bardo cruzan al reino
de la muerte, el bardo al purgatorio y luego al reino divino, los horrendos
árabes al infierno con lucifer.
Pierdo mucha sangre, han tocado una arteria, en mis oídos
zumba un panal de abejas, siento mis latidos en las cuencas de los ojos, mi vista se nubla, escapa de mis manos mi
acero bendecido, el peso del jubón, de la cota de malla, de mi armadura manchada en sangre, me obligan a ponerme de rodillas.
Mis
enemigos se aprestan a rematarme, como ratas comienzan a escalarme, uno a uno
trepan por mi espalda buscando apuntillarme la nuca, entonces pasan en mis pupilas, con la
velocidad con la que un potro de monta cruza el campo ya sin la brida, todas
las imágenes de mi vida:
Desnudo corriendo en los meandros de otoño, luego bebiendo leche agria en el regazo de mi madre, ya montando a pelo los percherones en la aldea, tambien llegan los ojos de Helda como saetas en los míos calvándose tan profundo que nunca de ahí salieron, que convocaron fuegos y apaciguaron mis ansias…
Desnudo corriendo en los meandros de otoño, luego bebiendo leche agria en el regazo de mi madre, ya montando a pelo los percherones en la aldea, tambien llegan los ojos de Helda como saetas en los míos calvándose tan profundo que nunca de ahí salieron, que convocaron fuegos y apaciguaron mis ansias…
Entonces esa
mirada me pone de pie como si desde donde se encuentra, allá en los bosques del
norte me controlara, a tiempo estoy para
esquivar las dagas que mis sesos buscan
regar, me lanzo hacia atrás con todas mis fuerzas y con la cabeza disloco
las quijadas de uno de mis agresores,
palpo en el árido piso griego, encuentro una roca, la clavo feroz en la cuenca
de un ojo negro que jamás volverá a mirar nada, sujeto mi espada, me ayuda a
levantarme, gotea mi sangre por el puño y moja el acero, levanto la vista, jalo
una gran bocanada de aire veo en el cielo congregarse las aves de rapiña, ¡hoy
no -les prometo- hoy no devoraran mi entraña!
Blando mi hoja que salpica mi sangre y la de mis adversarios, la adrenalina me inyecta fuerza, más la que dos
costillas de un gran potro muerto de cansancio, procuraron en la cena para sentirme vigoroso el día de hoy.
¡Cae la
tarde! ¡caen mis oponentes!
El gran dios en su infinita misericordia ha hecho una vez más justicia, bendijo el campo de batalla, guío mi mano y la de mis compañeros cruzados, la orden prevalece sobre el odiado enemigo, ya tañen sus infernales toques de retirada, ya huyen despavoridos, ya arrojan las armas, ya piden clemencia, ya el hermano devoto se arrodilla y arremanga los hábitos para orar al creador. Con el
pelo revuelto, tieso de coágulos y fluidos viscerales, le sigo con el resto, nos ponemos de
hinojos elevando nuestras agradecidas plegarias, lágrimas de dicha ahora brotan
sin control por la tarea cumplida, el creador debe estar complacido con sus
fieles cruzados, le han honrado recuperando un pedazo de su
terrenal reino, oramos al unísono con fervor, el sol se ha puesto allá muy lejos tras el mar en las tierras galias; dentro de mí la falta de plasma comienza a causar estragos,
anocheció pero no puedo ver una sola estrella, hay paz en el campo tinto
en carmesí pero mis pensamientos son caóticos, Helda llega de pronto y todo se vuelve en calma, con amor pronuncia mi nombre:
El gran dios en su infinita misericordia ha hecho una vez más justicia, bendijo el campo de batalla, guío mi mano y la de mis compañeros cruzados, la orden prevalece sobre el odiado enemigo, ya tañen sus infernales toques de retirada, ya huyen despavoridos, ya arrojan las armas, ya piden clemencia, ya el hermano devoto se arrodilla y arremanga los hábitos para orar al creador.
Hugo ven, dame
la mano, conozco un lugar plácido, camina
conmigo, hallemos juntos donde repose tu cuerpo, aquí es donde quedará pues tu
alma se irá conmigo, ya te esperaba desde hace tiempo, ven levántate por una
última vez, siente que ya no te pesa el
metal en la piel ni hay sufrimientos en tu alma, ¡Agradece al creador el haber vivido en tierra cristiana
y muerto en tierra santa!
Mira los
campos verdes que te esperan, aspira el aroma de sus flores, paladea el agua
cristalina, toca la suave espiga, observa las aves surcar el dorado cielo, despréndete de recuerdos que te atan a la carne, ahora
para que al fin trasciendas, pronuncia el nombre de tu postrero hogar con dulzura.
¡Es hora, es tiempo de tu gran marcha!
Feliz por
el encuentro, ya no lucho por regresar al cuerpo, de lado yace en tierra con los
brazos en señal de oración rodeado de sus compañeros de armas quienes se
santiguan, tan solo miro a mi dueña sonriente esperándome para partir con ella, exclamo finalmente el nombre de
la tierra que blanquearan mis viejos huesos.
Mis labios mortales
improvisan, susurrando una última frase:
¡Acoge mi
cuerpo madre Tesalónica!
Bibián
Reyes, agosto del 2014.
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