Húmeda tarde de verano en Tulancingo, la lluvia
repentina provoca el malestar de la gente,
el vértigo de la urgencia por guarecerse es el común, los tianguistas se
cubren con largos enlonados, niños con su impermeable puesto parecen camellos
con las mochilas debajo, señoras con chamaquitos de la mano se protegen con lo
que pueden o se guarecen en las marquesinas y quicios de los negocios, la
mayoría evade como puede las bendiciones del cielo convertidas en gotas de
agua, solo los jóvenes enamorados parecen disfrutarla, de la mano caminan sin
prisa dejándola ser sobre sus hombros, el fuego del amor evapora el elemento
vital, van dejando un halo mágico, maravilloso.
Marcho en línea recta a mi ruta esquivando
locas carreras de personas que cruzan el centenario parque, disfruto la lluvia,
intento ser uno con ella, pero la
nostalgia de muchos recuerdos ligados a esta me
salpica con cada gota que se estrella al piso, me reflejo en cada
charca, pero en ningún rostro, el run run de la lluvia disuelve lentamente el
ruido de la mente, click, clack, click, clack, click, clack.
Voy ahora por la carretera, distingo urbanidad
y campo, campo y urbanidad, la lluvia muestra borroso el fecundo valle, el click
clack no cede, cilck clack que riega los campos, activando las semilla recién
sembrada, click clack que crea riachuelos en las parcelas, click clack que alegra
al campesino, quien en un arranque de
buen ánimo toma su sombrero, se viste el
jorongo y sale entre el click clack a cosechar hongos y zetas silvestres, pues
es el momento más adecuado, justo brotan con la suave y persistente llovizna,
con un silbido bajo llama a sus perros, los que aburridos de jugar y corretear
entre sí, inician loca carrera rebasando
enseguida a su amo que enfila rumbo a los montes; caminar bajo la lluvia solo
es superado por caminar bajo la lluvia en el campo, nadie mejor que él lo sabe, un par de horas después vuelve precedido de
ladridos de sus fieles guardianes, que alegres por la aventura lo anuncian escandalosos, un repleto costal
de manta se vacía en el piso junto al fogón, basta extender la mano fuera del
jacal para enjuagarle la tierra a los coloridos hongos: Yemas de un amarillo
dorado, colosales semas marrones y un montón de patas de pájaro van colmando uno a uno el viejo comal sazonado
ya con ajos y cebolla, en una ollita de barro frijoles negros recién retirados
del fuego, burbujean expidiendo inconfundible y apetitoso olor a epazote y
chilitos picados, la familia se
reúne escuchando detalles de la
recolecta y llenando sus estómagos con los
manjares dignos de cualquier rey.
Un
relámpago ahuyenta mis fantasías, ya anochece, las luces brillan y se apagan
con la densidad de las gotas, a lo lejos las ranas iniciaron hace un rato su competencia anual
buscando el croar más sonoro, las calles vidriosas lucen desoladas, solo un
perro acurrucado en una escalón me mira asustado, tal vez está perdido, se
aproxima temeroso, me detengo frente a este, lame mi mano en busca de compañía
o protección, le miro y descubro otras semejanzas
entre nosotros, mestizos mojados solos en la noche, “vente compañero” -le digo
bajito- tomo mi lugar en el otro extremo
del escalón y juntos, perro de campo y perro de ciudad disfrutamos en compañía
el resto del aguacero.
Bibián Reyes Julio del 14 Tulancingo Hidalgo.
Inspirado has estado Hugo amigo, abrazo fraterno y mi admiración por tu espléndida narrativa...
ResponderEliminarGracias querido amigo, si la ingeniería es solo mi trabajo, las letras, son mi pasión...
ResponderEliminarEstá bien chido charro, felicitaciones. Deberías de contar la historia de los huevos del desayuno y las caguamas de la cena :)
ResponderEliminarya vas...
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