¿Que te atrajo de mí? Me preguntó
una noche la estrella.
¿Que clase de pregunta es
esa? Respondí idiotamente ya que a una pregunta no se responde con otra, sin
embargo lo justifiqué diciendo:
¡Vaya! Pues… ¡Eres una
estrella! brillas para mí todas las noches en el firmamento, desde que te vi no
hago más que esperar el tiempo para encontrarte y aunque haya nubes o tormenta
estas siempre detrás aguardándome.
La estrella consternada por
mi inocencia, respondió honesta:
Pequeño, el brillo que ves
ahora salió de mi hace mucho tiempo, de hecho no era para ti y es por las leyes inescrutables del tiempo y
espacio, que ahora tienes suerte en
disfrutar.
Se hizo un breve silencio de
tensión entre hombre y estrella, estrella y hombre, continué mirándola y sin
desdibujar la alegría en mi rostro, a pesar del crujir en mi pecho repliqué.
Por supuesto, ¡Eres una
estrella! Estabas ahí antes de mi llegada, otros te han adorado con simple
verte, y antes de mi te han tenido como yo en este instante.
La estrella sonriendo
enternecida dijo esto:
No debes preocuparte, yo
estoy contigo ahora y es lo que importa.
A esto, solo pude pararme de puntitas
extendiendo ampliamente los brazos para abarcarla y las manos otro tanto ansiosas por estrecharla
contra mi pecho en ardiente abrazo y, aunque de verdad me esforcé, no pude siquiera
rozarla, los miles de kilómetros entre su rayo y mi devoción lo impidieron.
Decepcionado atisbé una
última vez al cosmos plagado de bombillas ardientes, la humedad de mis ojos
inundó en segundos mejillas y labios, corrí las cortinas y en la penumbra
pronuncié con devoción esta plegaria:
De todas las alegrías eras
la mayor por poseerte,
Y ahora que comprendo tu
núcleo y tu compuesto,
Andar por ahí con tu brillo por
pretexto,
No me hará de las gentilezas
de la gente,
Así que en silencio te
adoraré mientras,
De tu condición sideral no
te desprendas,
O tal vez yo, al abandonar mi
carne pueda
Emprender a prisa el viaje azaroso,
Y tras millones de años luz lo
que de mí al cabo queda
Pueda contigo reunirse
amante y jubiloso
Allá, tras el cobijo de la arcaica
Andrómeda
Y el sutil reflejo del corcel Pegaso.
Bibián Reyes
Mayo del 2016
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