Hacerte al amor es mirar a la
muerte, profundo en tus pupilas se haya la puerta y la llave que conducen al
traspatio de este mundo o bien al gran patio de esta breve antesala, el instante
que congela el tiempo al mirarnos así lo indica y de golpe se tiene el
conocimiento de todas las cosas, pero tal magnitud de datos solo produce
confusión y desconcierto, como al despertar de un intenso sueño y en segundos
olvidarlo todo.
Hacerte al amor es sentir a la
muerte, con sus amorosos brazos acogiéndome piadosa, quitando el yugo de la vida
y sus congojas, para disfrutar en pleno la prodigiosa intangibilidad del alma,
y con ello bailar la danza de la no materia y descubrir con ella infinitas
posibilidades que, en un tiempo eterno que se traduzca a un instante o tal vez un siglo para este plano, regresar
con el hartazgo de nada cargar a cuestas.
Hacerte al amor es caminar con la
muerte, pues el despejar la incógnita que la persona amada plantea, nos
descubre carentes, desnudos e incompletos y la necesaria inercia por juntar estos,
nuestros mutuos todos, nos echa a andar persiguiendo este anhelo, y más que una
meta, es un ejercicio de cotidiana fantasía que solo se interrumpe al final del
gran día.
Hacerte el amor es tocar a la
muerte, pues en el chasquear de nuestros dientes entre desenfrenados besos,
o el crujir de huesos al chocar nuestras
caderas , la intuyo risueña y divertida por el retozo de sus predestinados, y
repasar mentalmente las fechas a convertir en polvo toda esa herramienta de la
que ahora en loco frenesí , hacemos acalorado uso.
Hacerte el amor es desafiar a la
muerte, pues esto que me mueve ahora y motiva todos los cuerpos y planos de mi
existencia, superan por mucho sus alcances, pues tiene fundados sus dominios en
las fronteras de la carne, y, solo con ella se cobre mi andanza en este mundo, segando
mi vida satisfaga la sed del filo de su hoz y me permita allende, donde su
toque y mirada no intimiden afirmar:
Hacerte el amor es vencer a la
muerte, al fundirme contigo de otras
maneras en este momento insospechadas, sin
tiempo ni reloj, sin cuerpo ni
cansancio, sin día que ahuyente la noche, y sin principio que lleve a un fin.
Bibián Reyes
Abril del 2016
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