Parecían interminables, tal como
si llegaran al cielo mismo, blancas impecables, desde lejos no se sabía de que
estaban hechas ni de cerca, tal vez hormigón tal vez acero, luego eso ya no
importó, en perfecta simetría resistieron el paso de los años, hubo siempre mucha
gentuza hacinada en sus bases con la firme idea que el evento más
extraordinario de la humanidad ocurriría allí en el momento más inesperado,
aunque a nadie le dejaron construir ni menos levantar un muro, miles de tiendas
de campaña se levantaron por doquier, y ello trajo suciedad y pestilencia, una
orden judicial les obligó entre jalones y peleas desocupar las inmediaciones
muy a su pesar, y todos consensaron mudarse a un cerro cercano, nomas para
estarlas contemplando, nomas para esperar el evento creación de una mente
florida en disparates.
Por las noches con una extraña
fosforescencia se podían ver tan lejos casi como por el día, ahí en la salada
llanura, servían de faro y punto de orientación, cuando había ventisca fuerte,
había el recelo que pudieran colapsar pero nunca hubo señas de debilitamiento o
tremor durante los terremotos, durante las guerras que a lo largo de cuatro o
más milenios tuvieron por ahí lugar, nunca nadie intentó derribarlas sobre su
oponente, ni escalarlas para espiar, ni colgar de ellas alguna máquina de
ataque, no hay certeza que fueran construidas para culto alguno ni para
conmemorar una victoria, tampoco para enaltecer a un soberano y menos para
demostrar sabiduría científica o tecnológica.
De hecho en esta era agitada, con
exactitud ya nadie sabe quien las hizo, y cómo es que lograron tantos metros de
altura, tampoco nadie se atreve ya a tomar una muestra de su estructura, debido
a que existe la leyenda que una vez llegó de oriente un gran sabio el que frotó
una raíz en cada una de las tres caras de las dos columnas por espacio de
veintiocho noches y que luego de preparar un bebedizo con ella, pasó otras
veintiocho alucinando con tal demencia y que de todos los terrores que narró y
que muchos fueron recogidos en papel y lápiz luego de tan atroces y descabellados fueron
decomisados y quemados según se dice, pero hay también quien cuenta con miedo y
cuidándose de no ser escuchado por alguna autoridad o persona indiscreta, que
todo lo recogido se estudia ahora como un oráculo y es guía para tomas de las
más importantes decisiones entre los gobiernos del mundo.
A partir de ese hecho, los miles
de ojos que a diario las veneran como hipnotizados impiden silentes que alguien
se atreva a tocarlas, se dice que hay ya francotiradores siempre al acecho y
que si alguien se aproxima a menos de dos metros recibirá un balazo certero en
el cráneo, lo cierto es que por nada están resguardadas, por lo menos no
visiblemente, pero tampoco nadie se aproxima tanto como para averiguarlo.
Luego por años caen en el olvido
de la gente común, nada se especula, nada relevante se dice, solo los místicos
y locos nunca las pierden de vista física o espiritual, haciendo siempre
referencia de tal o cual de sus virtudes o cualidades, que si al través de una
visión conocían la fecha exacta del fin del mundo, que si al mirarlas desde
cierta distancia y haciendo el bizco, se podía ver una tercera columna
invisible al ojo humano la que en realidad estaba formada por esas dos partes,
que el mismo Moisés la había partido con
el poder a él otorgado por Jehová ya que
al hombre no le eran permitidos conocer por ahora la verdad de su naturaleza y
que cuando la humanidad alcanzara la madurez como especie se revelarían todos
sus secretos y podría al fin vérsele como una sola en vez de dos.
Que si multiplicando lo largo de cada
una con la distancia que las separaba se obtenía un número del que usando su
raíz cuadrada aplicada a algunos cálculos de ciencia espacial arrojaba datos
sobre teorías de navegación y distancias entre los astros en particular nuestro
sol y sus planetas orbitándole.
Nunca estuvo aparte del fenómeno ovni y casi
puedo asegurar que nació con ellas, ya que hay frescos en los museos más
importantes que retratan avistamientos de la antigüedad en sus inmediaciones o
sobre ellas, fotos del siglo pasado también, aunque borrosas o de dudosa
legitimidad le han dado más notoriedad y reconocimiento como lugar de
encuentros del tercer tipo.
Nadie nunca pidió u obtuvo de
haberlo solicitado, permiso para realizar alguna película junto a sus cimientos
o en sus inmediaciones aunque documentales de todo tipo han existido en
cantidad innumerable de todos los países y desde diversas perspectivas pero es
cierto que nadie ha podido nunca desentrañar ninguna de las interrogantes que a
todos nos inquietan y de las que tarde o temprano desistimos hartos de saber
con certeza nada.
Una calurosa tarde de septiembre
bajo un sol dorado que se ponía en el horizonte las dos columnas mimetizándose bajo
los colores de la puesta de sol fueron copiando el color ámbar desde lo alto y poco
a poco hasta el piso reflejaron sol nubes y cielo, una gran exclamación surgió
de las animadas masas que por generaciones habían esperado algún minúsculo pero
significativo suceso que diera a sus vidas sentido, luego el pánico se apoderó
de todos reviviendo las palabras del antiguo profeta que muy claro la había
dicho varios cientos de años atrás:
“Arderán en ellas las mismas
llamas del sol y todo terminará cual si nunca hubieran existido antes”.
Los reporteros se avisparon para
narrar el fin del mundo, las cadenas de noticias subieron al doble sus tarifas
de cobertura especial y todos dejaron de realizar sus cotidianas labores y se
dieron a la tarea de satisfacer hasta el más mínimo de sus deseos, el mundo se
acababa no había que dejar la mente o la carne irse al infierno con algún deseo
no cumplido.
Corrió el vino en las gargantas,
la sangre en las calles y el sudor en las sábanas, se acabaron las vírgenes y
las más castas merecieron el peor de los adjetivos, los niños en las cunas morían
de sed o hambre, las aves en las jaulas reventaban de sol o se entumecían de
frio, los hombres esos pobres carentes y ansiosos rebotaban por las aceras, en
las paredes y en los cristales intentando satisfacer todos y cada unos de sus
deseos reprimidos de un jalón, parecían maquinas con los comandos atascados, en
las ciudades las sirenas de las ambulancias dieron paso al silencio, se
acabaron las municiones con la última de las venganzas, los brazos cansados de
hacer se rindieron fatigados, todo quedó saldado entre hombres, mujeres,
rivales y naciones.
Luego de tal vacío de
sensaciones, no hubo entre los sobrevivientes quien pudiera contradecir el
mandato del régimen final y único que se estableció en el mundo para reorganizar
la sociedad en ella: destruir las columnas que habían traído al mundo el apocalipsis,
así los mayores trascabos, se aproximaron a una distancia prudente para que luego
de ser derribadas por las inmensas grúas
que tirarían de ellos con descomunales cadenas ( ya que también se había prohibido
el uso de armas de fuego, misiles o cualquier arma de destrucción masiva) acomodar
todo el escombro resultante de ellas en camiones que llenaban en interminables filas
los caminos y carreteras de hasta cuatro carriles que transitaban cerca de las
colosales y otrora prodigiosas columnas blancas.
Pero las cadenas no pueden ser
sujetas a ideas abstractas, ni los ganchos atrapan fanatismos religiosos,
tampoco se pueden disolver como el azúcar en el agua pensamientos arraigados en
el inconsciente colectivo. Luego de tal sorpresa y llenos de ira tras el gran
engaño cada uno tomó su lugar en el mundo en consecuencia de sus propias
conclusiones, hasta que el olvido convenció a la memoria de haber todo ocurrido
entre las últimas luces de una tarde de septiembre y el amanecer del primer día
de octubre justo dentro de un loco e intempestivo sueño.
Bibián Reyes
Septiembre del 2016.