La primavera de la vida despertó
a Fabián una mañana con los calzones mojados por el frente y mucho sudor en el
cuerpo, soñó no recuerda exactamente qué, pero tiene alguna idea de ello, de pie
frente a la ventana que ya se pinta con los maravillosos colores del alba,
revisa con bochorno la mancha de líquido amarillo que se reseca con rapidez, va
al baño y mientras se ducha lava sus calzoncillos, vergüenza que así los vea su
madre, piensa, a los quince uno no es un niño, menos un hombre, mas bien un
montón de cosas nuevas, el espejo no le da espacio a dudas, con esos pómulos
desmesurados seguramente entre sus antepasados hubo un hombre del Neanderthal,
pues es a lo que más se parece ahora.
Los idus de marzo susurraron
a su oído ideas que le condujeron a pensamientos nunca experimentados, neuronas
nunca usadas se estiraron con pereza creando nuevas conexiones sinópticas, y
las hormonas que corrían desbocadas por su torrente sanguíneo, le producían emocionantes
sensaciones, sobre todo cuando Regina, a la hora del receso en secundaria, pasaba
frente a él sin prisa del brazo de alguna otra chica, zapatos bajitos de doble
correa bien boleaditos, calcetas blancas hasta arriba de la pantorrilla, el jersey
hasta la rodilla como indica el reglamento, pero lo que no se podía prever en
este era lo ajustado, que aunado a lo redondo de sus nalgas, causaban que se le
endureciera el “pájaro” cual si con el único ojo que posee éste, hubiera mirado
a los ojos de la Gorgona.
Las vacaciones de semana
santa de ese año nunca podrá olvidarlas, acostumbrado como estaba a seguir la
procesión del via crucis, más por que iba con su familia que por ganas,
caminaba enojado de andarse persignando en cada estación que la liturgia
marcaba, las cadenas de papel de china morado se arrancaban antes que los fieles
pasaran, el viento a veces también traía nubes y con ellas algún chubasco de
medio día que servía para la teatralidad de la climática celebración.
En esas andaba cuando entre
la familia de uno de sus amigos la miró, entonces su vida nunca volvió a ser la
misma, la paz que la inocencia pastorea apacible, murió entre los batidos de
sus pestañas largas destacadas con rímel, las que con esa sonrisa cómplice, lo dejaron tal
como cuando de un balonazo le sacaban el aire.
Otro día coincidieron en una
reunión juvenil, luego de caminar juntos, le preguntó su nombre, de dónde era y
una que otra simpleza, aparecieron las sonrisas nerviosas de los dos y la boca
seca al hablar, luego el insomnio por la noche pensando en ella, ¿cómo podía
existir alguien tan hermosa en el mundo?
Otra tarde se vieron para despedirse
pues ella vivía en otra ciudad, luego de comprar dulces en una tienda y caminar
un rato se le terminaron las palabras, solo deseaba mirarla y que ella lo
mirara, para con ello su sonrisa lo condujera al cielo y volar alto, mirar tras
grandes nubes de algodón rosa el mundo, su imagen en ese vestido color durazno
y una cinta del mismo color recogiendo su pelo, imprentaron indelebles en su
memoria episódica, igual que sus palabras al despedirse, “devuélveme mi cinta,
ladrón…”
Hizo de esta entonces su
fetiche, la acariciaba apreciando la suavidad de la tela, se envolvía las
manos, el cuello, dormía con ella bajo la almohada, el perfume se fue disolviendo,
pero nunca olvidó este aroma, solo esperaba que pronto, quizá volviera.
Luego ya en verano, vinieron
las vacaciones, los casi dos meses que antes había entre grado y grado,
alcanzaban para muchas cosas, tardes completas de andar en bici, horas y horas
jugando fut en los llanos, escuchar música en el tocadiscos e imaginar ser un
Dj y tocar en una fiesta.
No pasó mucho cuando lo
invitaron a una reunión con la familia de la niña añorada, ¿vendrá? No tardó
mucho en averiguarlo, inesperadamente la encontró por ahí una mañana, por
primera vez en la vida le preocupó andar todo sudado y mugroso, apenas tuvo
tiempo de saludarla, preguntarle si estaría en la fiesta, y echar a correr, loco
de emoción para su casa.
Llegar al fin de semana fue mucho
mas largo de lo cotidiano, preparar la ropa que se iba a poner también, durante
el tiempo transcurrido en que no pudo verla, resolvió que otra cosa quería
decirle, o mejor dicho cuestionarle.
La moda de los locos
ochentas le imponía unos zapatos mocasines de tacón bajo y horma ancha puestos
sin calcetines, un pantalón verde bombacho enrollado sobre los tobillos y una
camisa larga de atrás y corta por el frente, copete pero en los lados el
cabello pegadísimo con gel, mucho desodorante y mucha pasta de dientes, mucha
alegría, muchos nervios, mucha emoción, camino a la fiesta repasaba las frases
y la pregunta.
Dos cuadras dar la vuelta,
llegar al domicilio, la música sonando dentro, verla en la puerta, así toda
hermosa pero sin sonrisa, más bien nerviosa, Fabián muy decidido y con el
speech preparado, tonto novato se lanzó
de lleno al tema:
Adriana, me gustas mucho,
estoy enamorado de ti, desde la vez que te vi te quise, oye ¿quieres ser mi
novia?
La respuesta se la dio un
tempano de hielo:
No puedo, tengo novio, mira ahí
viene…
Entonces el tipo más común
que podía recordar apareció: prieto, simple y con sombrero, montado en un
caballo más que corriente.
Fabián no pudo decir más, dio
la vuelta, la cara le ardía de vergüenza, no recuerda como llegó a su casa, ni
como pasó la noche, la imagen junto a la respuesta se le quedó atragantada en
el cuerpo de la memoria por siempre.
Bibián Reyes
Marzo del 16.