Abrir la tapa de un libro es una
emoción que se equipara a otras muy contadas, tú imagina cual y dímela, yo puedo describir en el vientre una hormigueo
sin parar hasta completar la lectura, entonces se abren nuevos y maravillosos
horizontes, parajes de ensueño o inimaginables terrores se vierten en la
imaginación como sopa caliente en la barriga del hambriento, pinceladas de
emociones invaden directamente el hipotálamo provocando sensaciones que se adhieren dentro de los órganos según
sea el tema, los grandes romances impulsan a regar testosterona o estrógenos,
la intriga y el misterio oculto obligan a sudar frío y dilatar las pupilas, la
literatura erótica a lamer y relamer cada frase y partir de ello mil posibilidades nuevas se crean en el mundo,
ahora los rostros que en la calle observo me parecen sospechosos y familiares,
todos cuentan una historia al andar, al mirar, al charlar desparpajados, una
madre jalonea a un infante, pero yo veo
el reflejo a sus insatisfacciones, un viejo marcha lento, mil arrugas le cruzan
el rostro apesadumbrado ¿Será por una vida llena de limitaciones, o el abandono
de hijos ausentes? Allá un par de
quinceañeros en uniforme descubren las delicias del beso entre embates
hormonales y risas apenadas, conocen de la anatomía del opuesto solamente lo
que en los libros de texto con morbo velado han estudiado.
Adentrarse en las páginas de un gran libro es
como ingresar a territorio salvaje, porque aunque la razón conoce perfectamente que es
artificioso todo lo leído, no sustrae de la imaginación las emociones
contenidas en cada línea, así cada aventura, cada lágrima, cada emoción y
éxtasis leído, toma forma y crea un cuerpo mental dentro de nosotros ensayando
en un nivel mágico lo experimentado por el o los protagonistas; leyendo y
releyendo, rezagándonos cuando es delicioso, apretando el paso cuando es
preciso.
Lejos va quedando esa tarde de
finales de los setentas, cuando recién instruido en la lectura, mi madre me
compró en un puesto a ras de banqueta, de segunda mano claro, un “clásico de
oro ilustrado” ya eran amarillentas sus
páginas cuando leí por vez primera la
historia del noble Ben Hur, su triste antagonismo con Mesala y el privilegio de
ver en su paso por la vida, la manifestación carnal del Hijo de Dios.
Creo también que los libros
poseen una especie de conciencia, y creo que uno no elige que leer si no las
lecturas lo eligen a uno, que la filigrana de letras que forman palabras, tejen
fino línea a línea dentro del alma,
transformándonos para nunca ser los mismos y al cerrar la tapa trasera
finalizada la lectura, es como hacerse de un nuevo amigo, y despedirlo en un
puerto rumbo a los confines del recuerdo, en una dimensión perenne de la
efímera existencia.
Bibián Reyes Agosto del 15.