Era
un desierto, los gruesos vidrios de su pequeña ventana la protegían
de la ventisca constante y caliente que soplaba rascando las paredes
y el techo con uñas de arena.
Desde
ahí se divisaba la inmensa extensión de tierra estéril, finísima
arena gris claro se dispersaba en ondas interminables hasta donde se
pierde el horizonte. Y este, carente de nubes o aves transitándolo,
tampoco ofrecía novedad alguna en su azul desteñido, daba más el
aspecto de ser una foto colocada en la pared, que un paisaje real,
solo algunas cachanillas rodando de norte a sur esporádicas, rompían
con la monotonía del paisaje en muy raras ocasiones y sólo en
épocas específicas de año, procurándole con ello a Renata, el
único testimonio de habitar nuestro mundo y no un asteroide tan
yermo como remoto.
A
veces, en mínimos instantes al día, ese incesante soplar se
detenía del todo; se extinguía el silbar del aire y su monótona
melodía, entonces ella imaginaba que el planeta se había
detenido, en su mente claramente veía interrumpirse indefinidamente
el giro de las manecillas del viejo reloj sobre la puerta y, a la
tierra desde el espacio contener su movimiento de rotación, le
parecía estar escuchando crujir y cimbrarse la colosal maquinaria
de locomoción, rechinar molesta ante el freno de la titánica fuerza
inercial….gracias a ello, su mente tenía paz y la única sonrisa
que se dibujaba en su rostro de día se asomaba por su boca, con los
ojitos entrecerrados se quedaba muy quieta, casi inmóvil, dejando de
hacer lo que le ocupara, no fuera a ser que ella en su trajín,
perturbara al viento, levantándolo de su silla y provocando que
reanudara su constante exhalación.
Se
pasaba pues la jornada haciendo sus deberes y desdeñando al viento,
ora limpiando con un pañito el polvillo que por doquier se
depositaba, ora puliendo el espejo y distinguiendo en su reflejo este
núbil rostro con señales de inminente pubertad y en su cuerpo
drásticos cambios en su breve anatomía; algunas veces cuando
aburrida estaba, entreabría la puerta trasera y esperaba con mucha
paciencia, hasta por espacios de tiempo verdaderamente largos, a que
sigilosas, arañas de tamaños y variedades distintas escudriñaran
cautelosas el fresco del interior, entonces con gran seguridad, las
cogía con ambas manos depositándolas con suavidad en un balde
vacío, comenzando una extensa observación y estudio, tomaba una
libreta y lápices de cera, hojeaba buscando no haber esbozado
ejemplar igual anteriormente, y de no ser así, trazaba con rapidez y
habilidad una representación muy aproximada del espécimen en
cuestión sin escatimar colores o detalles, bien satisfecha con el
resultado, abandonaba los materiales y hablaba con ella, le
aconsejaba no entrar bajo la invitación de la puerta abierta,
ordenándole buscar refugio del sol abrazador en otro lado, porque
papá o mamá no la tolerarían un solo instante, de descubrirla
dentro moriría aplastada sin miramientos bajo el peso de sus
huaraches; o bien a otras las regañaba por su mal temperamento
frunciendo el ceño, luego las ponía al piso y como encantadas,
abandonaban la habitación sin protesta alguna, rumbo al circundante
abrazado desierto, pues… Era un desierto……..
Un
desierto que se le metía al corazón conforme el carro del sol
transportaba al gran astro en su travesía por el inmenso cielo, su
calor la secaba por dentro, y por fuera su expresión la hacía
parecer una flor marchita, agobiada se tiraba de bruces sobre el
piso y tarareaba una secreta melodía para consolarse, así la
ansiedad se borraba de su juvenil semblante, muy quieta con los
ojitos cerrados esperaba llegar la noche, esta que en su negro
rebozo carga siempre misterios fascinantes y prohibidos, odiosas las
horas se apilaban en sus hombros obligándola a sentarse en el
quicio de su pórtico a aliviar el peso contemplando el largo ocaso,
desesperada asomaba la cabeza al solar, pero la tarde aún no
languidecía del todo, solo cuando la temperatura descendía bastante
y las chispas estelares comenzaban a divisarse, las sombras
iniciaban su repentina danza clandestina, un cosquilleo le recorría
el vientre, provocando risitas nerviosas a brotar por sus mejillas,
con frenética emoción daba un apresurado salto a la cama y sin
dejar ningún pendiente por hacer, ágil se deshacía el pelo, se
desprendía la ropa , metida ya entre las tibias sábanas, oraba para
que se manifestara esa noche el prodigo, solemne recitaba con mucha
calma las memorizadas oraciones, y al finalizar persignándose,
pegaba el rostro a la ventana, el vaho que empañaba poco a poco el
cristal, era limpiado de inmediato con la manga de su camisón
estirada con el puño, los ojos se le secaban por no parpadear
desorbitados en espera de su particular maravilla, pues la
transmutación del paisaje ocurría ante sí de pronto, sin aviso ni
presagio, y tras un inevitable pestañeo, el tirano desierto daba
paso a la contemplación más ansiada por su alma y entonces la
meseta desolada estallaba en millones de luces que centellaban por
doquier donde las olas se crispaban a capricho de la naturaleza
líquida del agua, la constelación de virgo replicándose por mil
en los mosaicos móviles, y la luna se contemplaba vanidosa sobre el
gran espejo de la mar salada, sus pupilas dilatadas por la
excitación hurgaban la superficie con avidez, deseosa por descubrir
las maravillas que el océano cela a la curiosidad humana.
Ya
fantásticos seres jugueteaban descuidados en la superficie: ninfas
retozando alegres, se bañan con la espuma que se levanta al agitar
sus voluptuosos cuerpos, entre risas sin pudor preparan el coqueteo
sexual, los tritones su objetivo, quienes distraídos, estiran sus
musculosos brazos sobre la marejada , practicando proezas de
velocidad y fuerza, a lo lejos, un viejo Galeón pirata se aproxima
raudo a fortuna de velas hinchadas por la benevolencia del soplo de
Neptuno, de quien su magnánimo rostro aparece y desaparece entre la
bruma del oleaje, del que emergen decenas de sirenas furtivas, las
que con sus cantos eróticos provocan inevitablemente, pensamientos
impúdicos a los hombres de mar, los que asoman sin prebendas por la
cubierta del navío hasta caer por la borda, ansiando con ellas un
desesperado encuentro lúdico, apresuradas, las lujuriosas
encantadoras los toman en el aire para después ahogar en lo
profundo de ese mar onírico, los deseos carnales con los cuerpos de
las víctimas de su embeleso , quienes rebosantes de testosterona,
sucumben ante los besos de sal y algas que sus apetitos en su psique
crean; … y todavía más y más lejos, en la línea del remoto
horizonte, cardúmenes de plateadas sardinas veloces cruzan de este a
oeste y tras ellas, delfines lustrosos saltan por doquier,
compitiendo contra descomunales ballenas en la caza del preciado
alimento, el brillo tenue del plancton fondea los abismos,
delatando a entidades propias de lo profundo, el Leviatán enfadado
inmersa en el recóndito abisal y el Kraken a su vez, agita
amenazante sus acerados tentáculos, la fosforescencia de las
medusas parpadea por doquier como retratando a los multicolores peces
que huyen sorprendidos, ella todo mira sin perder detalle del negro
azul del mar, a través del verde azul de sus pupilas, y la
adrenalina en su torrente sanguíneo , y su diástole, y su sístole
replicándose segundo a segundo en mayor cantidad de hertzios, todo
ese espectáculo le valía la espera, la colmaba toda por fuera y
dentro, ya no era una flor marchita ni seca, las horas transcurrían
veloces y se le colmaba de gozo el espíritu, amanecía con la
felicidad tatuada en su alma y la fresca humedad derramada en su
paraíso, ¡Qué excitación por su gran secreto! ¡Qué increíble
su prodigio personal! ¡Grandes esperanzas de un futuro promisorio
se hilaban finas cada noche! ¡Eran su refugio y compendio de sus
deseos! ¡Era el reflejo de sí misma! ¡Era mito y realidad! ¡Era
todo y era nada! ¡Era! ¡Era!…¡Era la mar!
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