El primer rayo de sol se filtra
entre el resquicio que deja la lona casi a ras del pasto, desentumiendo
escarabajos y cochinillas, dentro el
tufo a tabaco y alcohol se sazona con el fuerte olor a estiércol que por la
noche se acumula en los corrales y jaulas de los mal adiestrados animales, pocos
de saberse; un dromedario que casi no se sostiene en pie de tan viejo, dos
llamas famélicas y un tigre al que las rayas se le han casi borrado por lo usado de su gran traje.
Solo cuando el calor ha
incrementado lo suficiente para volverse intolerable, y el sudor no da abasto a
mantenerlo confortable, solo entonces abre los ojos, que de tan rojos se
asemejan a la nariz que cuelga de su cuello, el maquillaje corrido entre las
cobijas pareciera que le ha borrado también las facciones del rostro y solo han
quedado tres orificios y dos cuencas oculares que desde cierto punto de vista
se podrían asemejar a algún paraje inerte de la luna.
El frío de la madrugada pudo
soportarlo bajo la intoxicación y la oscuridad le permitió ocultar la realidad
bajo su amparo, inmóvil permaneció por horas luego que vaciara a pico de
botella todo el licor frente al espejo, repitiéndose en diferentes formas y con
diferente intensidad sus fallos, hasta
desahogarse por completo ya totalmente ebrio y fuera de sí, arrojando la
botella semi -vacía a esa estúpida imagen que se replicó en cada fragmento que
por los aires voló al impacto.
Nadie asomó la cara a su tienda,
no tenía caso pues era bien conocido por necio luego de que le entrara el
primer trago. Y con esto seguramente no estaba para recibir consuelo ni frases
fingidas de apoyo moral. Así salió a dar la tercera función, con media botella revuelta en la sangre y el
alma hecha nudo en el cuerpo, pero cada tropiezo y caída fue en beneficio de su
presentación, arrancando más aplausos y risotadas de la concurrencia ávida de
peripecias y tonterías una vez que este asomaba por la gran cortina de terciopelo
rojo.
Ya más consiente asume la
realidad que el nuevo día le presenta, observa a su alrededor fuera del catre,
el mueble ya sin espejo, su maleta de trucos y los velices de ropa y disfraces,
no hay mas, los pocos aparatejos se los
llevó ella en un taxi con rumbo a quien sabe donde, y mientras subía cerrando
con fuerza la puerta, solo le gritó encabronadísima por los chingadazos que le
acomodó y le acomodaba cada que su neurosis estallaba:
¡Ahora si ya no te aguanto, te me
vas a la chingada!
Y aunque le alcanzo a responder
que a el nadie lo manda a la chingada, se da cuenta que esta instaladísimo ya
en ella, lo reafirma en ese mismo momento al notar lo faltante, pero de ello nada
importa ni echará de menos, solo importa
el par de piececitos que no le han de seguir por todos lados imitando sus
movimientos al ensayar los esqueches, solo el par de manitas que le jalaban las
pestañas postizas al volver del escenario, nada más la carita mugrosa por jugar
en la tierra con carritos de plástico, solo esa vocecita que cuando se sentaban
en los cajones de madera a comer sopa instantánea, le arremedaba la frase que a
diario le decía cuando les ofrecían el plato:
¡A ver papacito, se me come todo
lo que su madre le sirva hasta que no quede “nariz de bola” eh!
“naiz eh bola” le repetía con
gracia
Y juntos reían devorando
hambrientos los espaguetis calientes.
Se incorpora por fin tallándose
la cara con ambas manos y presa de ansiedad por su ausencia, solloza pero su
garganta irritada no emite sonido alguno, ni sus ojos resecos logran ni una
mísera lágrima, saca un billete de cien
del fondo se su zapatote de charol, sale al aire y el sol que le pega en
los ojos lo ciega y apendeja más de lo que ya anda con la cruda que se carga,
camina rumbo al puesto de quesadillas que justo en la esquina ya atiende prieta
y regordeta doña, pide lo que puede y se acomoda en la banca, pasa junto un
vocho pintado de muchos colores con cornetas de sonido instaladas sobre el toldo,
que anuncian ya las funciones de ese día, justo al pasar el conductor le pinta
huevos pero no esta de humor para regresarle una mentada de madre, así que solo
la piensa.
Recibe sus garnachas y mastica cabizbajo,
sus pensamientos vuelan a los días de infancia cuando ni para una quesadilla
tenia, cuando anduvo después dando grasa en la alameda y vendiendo chicles en
las esquinas, luego fue mas lucrativo ser traga-fuegos hasta que un día un viejo
esquelético llegó antes que él al semáforo,
muy trajeado con sombrero, guantes blancos y una bolsa negra en la mano,
y este antes que hacérsela de toz por ponerse a trabajar en su esquina, se
quedo maravillado con el truco que hacia cada que se ponía el rojo:
Levantaba la mano llegando a
mitad de la calle hacia una reverencia sombrero en mano, luego introducía la
mano a la bolsa sacando el fondo mostrándola vacía para luego volver a meter la
mano y sacar una paloma que ponía sobre su sombrero, y esta por lo apendejada que estaba de pasar
todo el día metida dentro solo aleteaba jalando aire.
Desde ese día decidió ser un mago
famoso, pero cuando llegó a una gran carpa que había por Buenavista a mostrar
su truco, todos se cagaron de la risa cuando quiso impresionarlos con su acto, por
pura lástima le dijeron: - mejor quédate a ayudarle a “Pistolas” el payaso, que
ya esta muy cascado y necesita un asistente en sus números.
La vida en el circo le dio una
familia, algo que nunca había tenido, y los aplausos eran por lo que vivía,
pues el pago que le daban solo le alcanzaba para medio comer.
Un día en una plaza por tabasco
conoció a Zoraida, ella vendía cervezas en un estanquillo frente al solar donde
se instaló el circo esa tarde, era un miércoles y medio chispeaba pero la
humedad en el ambiente y el calor insoportable le hacían sentir que se ahogaba
dentro del traje bicolor, así que luego de la función de estreno, corrió a
beberse una caguama de un solo jalón.
La chica nunca había visto un
personaje tan contradictorio, un payaso con un semblante tan alegre con tan mal
carácter, lo mal hablado no le espantaba pero había algo en sus ojos que le
causó tanta lástima que no pudo desde ese día separarse de él, más que amor
ella asumió una labor de redimirlo de esa pena que reflejaba con o sin
maquillaje y le asomaba por las pupilas.
Por eso dejaba que le pegara
cuando andaba briago echando madres hasta quedarse dormido, luego al otro día se
ponía todo apenado y la llevaba a comer panza en chile rojo si estaban en la
capital, o a una fonda bonita si estaban por la provincia.
Cuando quedó embarazada fueron todos meses de alegría, ella un día muy temprano se lo llevo a los baños públicos, se pusieron muy guapos y fueron a la iglesia de san Hipólito para que jurara que no iba a tomar hasta que naciera su chamaco, y él de lo contento se la llevo al otro día al registro civil de la delegación y se casaron, luego comieron en el mercado de la viga, pasearon en Coyoacán y luego terminaron en Xochimilco cantando en una trajinera.
Aguantó bien los nueve meses sin
chupar, pero solo fue cosa que naciera su chilpayate, y en el festejo que le
duró tres días se acordó que le re-gustaba el alcohol y ya pedo se acordó que
había crecido bien pobre y en su desdicha se dio cuenta que su hijo estaba
destinado a lo mismo.
Así cada domingo era función de
matinée, desayuno y destapar la primer chela, en la última función que a dios
gracias alcanzaba a sacar, ya andaba pedísimo, luego cuando Zoraida le pedía
bajar el volumen a la música se le quedaba mirando bien encabronado diciéndole:
¡No mames gorda, no vez que es
Tony Barrera, el mejor Dj de México!
Y comenzaba a sollozar con harto
sentimiento - pinches ojetes, ¡lo mataron por ser putito!-
Pero ayer si se le pasó la mano,
del putazo que le acomodó se le hincho el cachete y el ojo, su chamaco se
asusto mucho y se metió debajo de las cobijas, ella nomas se le quedó mirando
con los ojos llenos de agua.
Tragos y tragos de agua y la
pinche sed no se le pasa, el dolor de cabeza tampoco, no atina a pensar como
hacer para encontrarlos, justo en esos pensamientos esta cuando a lo lejos un
par de figuras conocidas se aproximan despacio, no cree lo que ve pero de
inmediato corre a su encuentro, la doña de las quecas atenta al chisme para la
oreja, pero poco puede entender con el creciente ruido de la calle, las tres
figuras regresan al puesto, entonces lo que platican es ya claro:
A mi no me agradezcas nada, tu
pinche chamaco no dejo de chillar por ti toda la noche, por eso nos regresamos
nomas amaneció, estábamos allá en Tláhuac con mi comadre.
-Perdóname zori, mañana mismo voy
a jurar de nuevo, te lo prometo-.
Ella se le queda mirando todavía
enojada y con el ojo de cotorro viejo, pero con la misma lástima que siente
cuando le ve los ojitos, y no le responde nada.
¡Ahí esta su pinche padre chamaco
chillón!
Y ambos uno en las piernas del
otro se sonríen mientras el viejo payaso le exclama a su hijito:
Andele vamos a chingarnos unas
quecas, hasta que no quede…?
¡Nais ee bolaaaa paaa! le responde
su chamaquito.
Bibián Reyes
Octubre del 15.