martes, 21 de julio de 2015

EL BLUES DEL PIRATA





Porque si algo pudiera tocar, sería un blues.

Ahora, justo ahora, arropado por el fulgor de las estrellas brillantísimas que  guían su galeón por las tempestuosas aguas del mar Caribe, las islas bermudas y las Antillas, el ron que afina su garganta y poco a poco le gotea en el alma, va sacando desde el muy dentro girones de esa alma, fogueada bajo feroces ventiscas de decenas de huracanes, que ni uno solo amainó su valor ni las ansias de su feroz corazón a lanzarse de frente a las tempestades y ahí muy dentro llamarla muy fuerte por su nombre y maldecir su suerte de no tenerla por todos los demonios del infierno.

Y en el combate al asalto, el primero en invadir las poderosas fragatas portuguesas, inglesas y españolas a sangre y fuego, entre humo y pólvora a hierro calado buscando afanosamente encontrar amor en la muerte, y entregarse amoroso a ella.

El estruendo ensordecedor de los cañones es nada bajo el estallido silencioso de un te amo, sin replica.
Las vísceras expuestas de sus adversarios le significan  poco pues de ellas, él ya nada lleva dentro.
Sin temor, dudas o esperanzas, anhela el helado fondo del mar que se le antoja cálido frente al frio infinito de aquellas pupilas.

Bruja maldita, indomable hechicera,
 ¿Por que tuve que guiar mi timón a tus ignotas tierras?, ¿Por qué sorteó mi nave corales y arrecifes en la búsqueda de tu desconocida ruta?

La senda que inventó al navegar nunca coincido con lógica ni cabal.
Porque de su archipiélago no hay mapas ni coordenadas y de sus misteriosas playas nunca develó los secretos.

Él, azote de la mar salada
Él, motivo de plegarias y oraciones
Él, plaga de ricos navegantes
Él, pesadilla diurna de monarcas
Él, delirio de núbiles doncellas
Él, quién frente a ella es poco mas que nada.

Por ello persigue iracundo las tempestades, para que de tal suerte, el azote de millardos de gotas de agua que del embravecido cielo con violencia se desprenden, se confundan con los mares que su alma vierte por los ojos.

Sus cuarenta lobos de mar atentos atisban cualquier gesto, cualquier seña de su capitán y aviesos maniobrar por las traicioneras aguas meridionales del golfo; ya arrean las velas, ya enceran los mástiles, ahora divisan olfateando tesoros provenientes de las ignotas tierras de Américo,  o bien, espían fragatas atestadas de armas que ponen proa con fines a su exterminio.

Cuando los aceros se ha saciado de verter sangre sobre las grasosas tarimas de sus navíos.

Cuando han mandado a pique las mejores embarcaciones de su real majestad, cuando han enviado a decenas de paseo al purgatorio desfilando sobre la tabla. 

Cuando cañones y arcabuces han desmembrado lo suficiente, entonces tras el festín de sangre y muerte, canturrean bajo las tropicales noches plagadas de estrellas, placen sus manos sobre los cantos de las monedas, sobre las pulidas perlas y sobre las vajillas de plata mascando con febril lujuria manjares que  la mar inconmensurable les provee, finísimos vinos españoles y franceses atiborran barrigas ulceradas, escapando borbotones por las rendijas de dientes faltantes,  el ron corre en ríos y entonces uno a uno les tira transforma por completo las fachadas de sus rostros, y así de súbito, todos son como niños que felices, corean feroces al unísono sus temidas coplas de batalla, esas que ya de por si provocan pavor mientras se aproximan al abordaje, esas que inducen a los mas bragados oponentes a tirarse por la borda o bien darse por muertos.

Cantan así, cantan y cantan, hasta que las cuerdas vocales no pueden más y los coros se diluyen  en ese loco frenesí y desmayan uno a uno ebrios de éxtasis por el mar y sus misterios, por las batallas y sus tesoros, por su soledad y compañía, por sus oscuros temores y sus imborrables supersticiones.

Temibles hombres negros de sol, su dura piel atestada de cicatrices que no hacen mas que decorarla, el pelo revuelto al capricho de la brisa es la mejor definición de libertad jamás en ninguna imagen plasmada, intimidantes torsos torneados bajo el duro trabajo a bordo, jauría de perros de mar lustrosos bajo el inclemente sol ecuatorial, y esa, su mirada siempre vigilante, oculta tras las pupilas infinitos e insondables enigmas.

Es entonces cuando ya a solas último en pie, el feroz capitán afina su guitarra, caldea sus ánimos en las brazas que su abrazo tatuó, abre las puertas de sus personales infiernos y acude a su lastimero y amoroso blues.

A solas pero al cobijo de las constelaciones, Sirio atento se acomoda a escucharle hasta que la estrella de la mañana lo borre de la bóveda celeste.

Poco a poco se va llenando de ello, de ella, si su cabello azabache revuelto al capricho de sus manos, si la cera de su tersa piel con la que le dibujaba mapas de confines lejanos en la espalda, brazos y piernas, todas las noches que compartió con ella; si su perfume natural que  convocaba el fuego del mas ardiente sol de verano y así, comerle las axilas, el cuello, el vientre, los labios, las nalgas y el sexo.

Morir y renacer dentro de sus entrañas, fuera de sí, hipnotizado por sus negros ojos, por su artera sonrisa que de él creía solo suya…

Los acordes que improvisa arrancan carne, piel y más, tan lírica es su melodía, cual lírica es la vida, al rato se anima y tararea bajo, luego más animado drena sus cloacas escupiendo estas frases:

Indiscutible asalto, sagaz abordaje,
Niebla desplegada por sus faldas,
Bruma al parpadeo de sus ojos embusteros,
De su pecho el arrullo y de sus manos el brebaje,
Herido de muerte caigo cada noche por sus aceros,
Y con el alba por sus venenos sobrevivo al día.

Reina de los mares, reina de mi nave,
Reina de mi nada,
Bruja, mujer y diosa,
Amaina ya la marejada,
Vomita mi corazón, bah, que para ti fue poca cosa…

Bibián Reyes
Julio del 2015 edición mayo del 2020